Conocí al Padre Mauri en Septiembre de 1966. Yo venía de las penurias económicas de un pueblo de la Sierra Sur de Sevilla. Mi padre había muerto cuando yo tenía 5 años. Y su muerte nos dejó en la más absoluta ruina. Mi madre enfermó sin ganas de vivir. Éramos 4 hermanos: 3 hermanas y yo. Con su muerte la familia se deshizo. Mi hermana mayor, Rosario, tuvo que ponerse a trabajar cuidando niños y haciendo labores de limpieza con tan sólo 11 años. Mi hermana pequeña, Isa, se quedó al cuidado de las abuelas. A mi hermana Rose la acogieron unos tíos míos que entonces vivían en Marruecos y a mi me enviaron con mi tía María Antonia y mi tío Ramón que huyendo de la pobreza marcharon a San José de la Rinconada, donde existía una fábrica de azúcar. Las condiciones de vida allí eran tercermundistas: sin agua corriente ni luz eléctrica y un pozo de agua comunitario. El chozo daba pena de verlo: paredes de adobe, techos de uralita cubiertas de ramas de brezo, por donde se colaba el agua de la lluvia. La puerta era una simple cortina de saco. La choza tenía dos estancias. En la primera hacía las veces de salón y cocina, con pocos utensilios. Un hornillo para cocinar y pocos enseres más. Allí pasé dos años hasta que mi madre se recuperó. Y después, cuando ya mí hermana Rosario estaba trabajando de doméstica con una familia de Barcelona.
Esta familia había oído hablar de la gran labor social que estaba llevando a cabo un sacerdote, el Padre Mauri con niñ@s y adult@s que vivían en los pabellones de Montjuic. Así que recomendaron a mí hermana Rosario que tal vez en el Hogar que había fundado dos años antes, podríamos encontrar cobijo. Ese verano vinimos mi madre y yo. Mis hermanas más pequeñas se incorporaron después.
Así que a primeros de septiembre mi madre, Rosario y yo nos encontrábamos delante del pabellón de Previsión. Allí conocí por primera vez al Padre, con su sonrisa carismática y acogedora. También estaban las hermanas del Padre que le ayudaban en su labor. Mercedes era de semblante serio y severo. Charito, en cambio, era más risueña. Me despedí de mi madre y de Rosario y partimos con el corazón palpitante hacia el Hogar situado en una finca en la Ciudad Jardín de la Florida donde entonces había unos 50 alumnos entre niños y niñas. El Padre Mauri había fundado primero unas Colonias en el macizo del Montseny para sacar de un ambiente hacinado e insalubre a los niños y niñas y pudieran disfrutar del aire libre en una masía alquilada con ayuda de los primeros socios colaboradores. También había creado en Montjuic escuelas para adultos y una biblioteca. Cuando en 1964 le enviaron a Montjuic a decir misa él se negó, pero comenzó una obra extraordinaria con aquellas personas abandonadas de la mano de Dios. Tal vez Dios se sirva de personas de la talla del Padre Mauri para enderezar los renglones torcidos.
El caso es que su obra no paraba de crecer y él con su inmensa generosidad, sacó tiempo para insistiendo a las autoridades de la época que entonces su cabeza visible era el alcalde Señor Porcioles, para que se construyeran viviendas sociales para aquellas familias que aún vivían hacinadas en Montjuic. La terea llevó u tiempo pero finalmente todas las familias tenían ya una vivienda digna.. también se me olvidaba comentar que en el verano de 1968 nos cambiamos a la nueva sede del Hogar, llamada con todo el mérito Les Bones Hores.
Volviendo al Hogar, cuando llegué fui acogido como uno más de la familia.
Las solicitudes de acogida en el Hogar no paraban de crecer y ante tal demanda, el Padre con ayuda de sus colaboradores compraron en régimen de Patronato una finca más amplia en una enorme casa abandonada en la Sierra de Collcerola, cuyo nombre no podía ser más apropiado, pues allí pasé las mejores horas de mi vida. La influencia del Padre en mi vida fue fundamental. Él fue quien me sugirió que estudiara Magisterio y, aunque tuve la mejor profesora de Lengua y Literatura a la que recuerdo con mucho cariño, Doña Consuelo Guerra, que era partidaria de que yo estudiaba periodismo, finalmente el Padre me convenció que estudiase Magisterio y después periodismo. Demasiado optimismo para mis limitadas capacidades.
El Padre murió demasiado pronto, justo antes de que yo terminase Magisterio. A partir de entonces ya nada fue lo mismo. Su obra sólo podía seguir con una persona con su capacidad de sacrificio, su carisma y su don de gentes. De cualquier forma él ha sido una de las personas más importantes de mi vida. Nos enseñó valores de amor solidaridad, tolerancia y respeto que ya nunca olvidaré. Por todo ello, muchas gracias Padre Mauri. Tienes un altar en mi corazón.